El Rey (desnudo) de La Pequeña Habana
Pero el escenario, una Pequeña Habana de arterias estranguladas por cierres, tranques, autos con luces policiales, cintas amarillas, polvaredas y vapores de mierda de perro, no se prestaba para niños osados y honestos.
Promedio de edad del quórum del Presidente-rey: 900 años.
Rasgo adscrito a todos: un antiobamismo equiparable en ferocidad solo a su anticastrismo, razón de peso para esperar al Presidente-rey como un Mesías neoyorkino que venía, de una jodida vez por todas, a dar el manotazo sobre el buró. Se acabaron los mangos bajitos, que le dicen.
Detrás del púlpito del Presidente-rey se agruparon las huestes más pretorianas, como mejor pudieron, para lograr los mejores planos de cámara. Hombre, faltaba más: era el día soñado. El desmontaje de una política iniciada treinta meses atrás por Barack Obama, y a la que en esta Pequeña Habana habían identificado como alfa y omega de todos los males posibles: más represión en Cuba (sin cifras probatorias), más pobreza para los cubanos (a pesar de que AirBnb diga lo contrario), más calor, más plagas de gorriones, más ampollas en los pies de los campesinos. Lo que fuera.
Y el Presidente-rey no les defraudó. ¡Vaya que no!
Aunque algunos, automarginados de la comparsa, sigamos sin entender del todo bien por qué no les defraudó. Sospechando que nos están pasando gato por liebre. Que algo nos ocultan. Algo así como “Y de repente estallarán todos en una ira colectiva donde le dirán al Presidente-rey: ¡esto es una farsa!”.
El chiquillo irreverente que se atreverá a gritarle al Presidente-rey que su orden ejecutiva, su revisión de política, su informe sobre Cuba… que todo ese papeleo estaba desnudo.
La burla es macabra. No para mí. Me he curado en cinismos. Lo es para el anciano de fe genuina, que desde un apartamento de bajos recursos en Hialeah todavía sueña con que le hagan justicia a su padre fusilado, a su madre apedreada.
La burla es mordaz por un motivo como un templo: porque utiliza el hartazgo contra una dictadura familiar como pólvora para ganar súbditos y adeptos. Pero esta vez ¡sin siquiera aparentar que se pelea contra esa misma dictadura!
“Efectivo ahora mismo, yo cancelo unilateralmente el acuerdo de la Administración anterior con el gobierno de Cuba”, salió de la boca oracular del Presidente-rey, y la sala, criticada por el propio monarca por su angosto espacio y su calor medieval, estalló en aplausos.
Desde alguna esquina del escenario los estrategas sonreían. A saber: Marco Rubio , Mario Díaz-Balart. Los hombres que supieron vender al Presidente-rey la esencia de lo que debía hacer para ganar feligreses ciegos, sordos, pero muy parlanchines en este Miami huérfano de sentido común. Solo había que simular un cambio.
No era necesario que el Presidente-rey bailara. Con que les dijera “Miradme bailar este mambo”, inmóvil desde su tribuna, todos le verían guarachar.